La primera potencia económica mundial actualmente, EEUU, adquirió el liderazgo en productividad entre 1890 y 1913, con Reino Unido como predecesor y anteriormente Holanda. Este fenómeno se debió a los cambios que se produjeron en su economía a lo largo de todo el siglo XIX, y es lo a continuación procedemos a analizar.
Una de las disyuntivas que separan las tesis de unos historiadores de las de otros son las fechas en las que el verdadero crecimiento comenzó. Paul David, por ejemplo, afirma que el crecimiento comenzó a principios del siglo XIX. Concretamente entre 1800 y 1820 se habría producido una mejora considerable en la productividad y en la renta per cápita. Por otro lado, Thomas Weiss postula que el verdadero crecimiento empezó a partir de la segunda década del XIX: entre 1820 y 1840 tuvo lugar un fuerte crecimiento económico, mientras que de 1800 a 1820 apenas se puede destacar crecimiento alguno. Esta última teoría es la más aceptada por dos razones. La primera es por la calidad de la información a la que este último autor tuvo acceso, mientras que Paul David, al ser predecesor de Weiss, contó con una información menos fiable. La segunda razón es simple y llanamente por la cantidad de información disponible, siendo para Thomas Weiss mucho mayor al haber existido más tiempo e investigaciones previas.
En cuanto a las causas de este crecimiento, existen también varias tesis, aunque no necesariamente se contradicen entre sí. Algunas de ellas son las siguientes: las que insisten en la productividad de la mano de obra (Thomas Weiss), la introducción de instituciones públicas (Thomas Weiss, Schaefer y Rostow), descubrimientos técnicos y tecnológicos e incremento de la tasa de inversión interior (Thomas Weiss y Rostow), o la abundancia de recursos naturales (Wright).
El aumento de la productividad en la mano de obra es crucial según Thomas, pues será el factor que permita aumentar el output per cápita. El incremento de la productividad fue posible por la introducción de tecnología en los procesos de producción no sólo en la industria sino también en la agricultura. La presencia de la tecnología fue decisiva a lo largo de todo el siglo XIX, con descubrimientos tales como la máquina de coser o el telégrafo. Este último dio asimismo un fuerte impulso a las comunicaciones y contribuyó a la unidad de mercado. La inversión en tecnología acabó internalizándose en el seno de las grandes corporaciones norteamericanas desde las últimas décadas del XIX.
En cuanto a las instituciones, y según Thomas Weiss y Schaefer, se pueden distinguir una función básica, que es conferir estabilidad a la vez que continuidad a las relaciones de comercio (interno y externo) y mantener la existencia por otra parte dos tipos de “normas”, las normas formales, que van desde las obligaciones contractuales entre los individuos hasta las leyes constitucionales, todas ellas siguiendo una clara jerarquía. Por otra parte, existe una serie de normas informales, que no están redactadas como las leyes pero que se presuponen hasta tal punto de ser perfectamente conocidas por toda la población (hablo de rutinas, costumbres, tradiciones), y que también muy importantes para el desarrollo de un país.
En conclusión, todos estos factores se encuentran fuertemente interconectados. Pero podríamos afirmar que para que el intenso desarrollo de la economía norteamericana durante la segunda mitad del siglo XIX fuese posible lo más importante fue la presencia de unas buenas y sólidas instituciones que confirieron estabilidad política y social, y a la vez canalizaron fuertes inversiones en I+D en campos prácticos y útiles para la industria que crecía en ese momento. Esto a su vez aumentó la productividad de la mano de obra, al mismo tiempo que se incrementaba la inversión en capital humano, para aumentar la mano de obra no sólo cuantitativamente sino también cualitativamente, lo cual permitió disparar la productividad durante ese periodo.
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